Tomino

Tomino

jueves, 14 de agosto de 2014

La pragmática del BM pensada a través de la imagen y la estética. Por una producción de sujeto.




Partir de los postulados fundamentales, aquellos que nos invitan a esa labor idílica en potencia que es pensar la música y su respectiva inmixión con el significante, nos habilita decir que esto es un género y es un género que dice algo muy singular: "no es un juego", dice la vox populi, y está repleta de razón. Sabiendo bien que nuestro sonido para nada representa algo canoro para quienes no han entendido que la mayor seriedad se encuentra plasmada justamente en un niño que juega. Nietzsche definió la madurez a partir de ese ejemplo. Acaso un juego que le sería adecuado al BM sea aquel que en psicoanálisis llamamos el Fort-Da, algo traducible por "lejos-aquí". Un niño de temprana edad, 18 meses aproximadamente, tiraba un carretel mientras pronunciaba el fonema "o-o-o-o", y cuando mediante una cuerda lo traía de vuelta  con un amistoso "a-a-a-a" ("aquí está"), Freud localizó en este par de fonemas el movimiento de la presencia y la ausencia que el niño estaba escenificando lúdicamente y que luego Lacan leerá como constituyente de la subjetividad. Pero lo imprescindible de esa alternancia es, como se verá, el carrete; dígase: el objeto que no hace otra cosa que poner allí el eclipse del cual el sujeto es víctima gracias al registro del significante, significante que es nada menos que la marca de una ausencia. Si nosotros nos ponemos en un espejo y representamos el "Fort-Da" con nuestro propio reflejo, podríamos entender que eso denominado por muchos como imperio de la imagen es justamente no querer soltar el carretel: porque el Fort-Da no es un juego cualquiera, es un juego que va más allá de la obtención de placer. 


Si el BM es un género cuya legitimidad, ley pública de pura pazguatería, se encuentra subordinada en una metafísica de la presencia (el ser true, el tener la actitud, el actuar conforme a ello), es porque la ausencia se encuentra impugnándole desde las sombras, mostrando que el no-ser, modalidad de la falta-en-ser, es el pivote de aquel ensamblaje de condecoraciones yoicas. No obstante a nivel subjetivo, entiéndase por ello inconsciente, el yo es apenas un intento fallido de respuesta hacia la pregunta por el deseo del Otro, ¿qué demonios -y uso deliberadamente la expresión- quiere el Otro, más allá de la evidencia de sus peticiones, de mí? Lo cual conlleva: si el Otro algo quiere es porque algo le falta, ergo: ¿podría ser acaso yo eso que le complete? Esa imagen completa, de fusión absoluta con el Otro es el yo ideal. El Otro va poniendo los señuelos en el camino, a los cuales llamamos ideales; "sé esto, haz el otro, sostén ciertos principios": nuestra voluntad es sólo un tenue eco -si bien con el exalto que le es propio- de aquella mirada y voz del Otro. No por nada el mismo Crowley en el sentido que manejaba el concepto de voluntad no pudo separarlo de un hálito divino. 


Es a través de la alteridad radical, cuyo elemento por excelencia es aquello que es pura diferencia, a saber, el significante, que la dialéctica de la ausencia/presencia va a tomar lugar en el corazón de un monstruo humano para su advenimiento en sujeto. El sujeto no es Pedro o Juan, no es el blacker, el mexicano o el ingeniero, es una causa y un efecto a la vez, una condición y lo que surge a partir de ella: una nada que carga consigo su posibilidad de ser -a posteriori, para no confundirnos demasiado con Sartre-. 


El blacker entonces sólo puede ser pesquisado en tanto no existe como existiría un metalero, un gótico o un punk. El sentido de identidad a través de la música es algo que el BM subvierte desde el momento en que expresa lo que algunos llaman la maldad, aunque yo preferiría llamarle la oscuridad, de tal suerte que en algún punto habrá de contrastar con la luz que es al mismo tiempo su condición de existencia, haciendo entender, a algunos pocos, es cierto, que el BM es un alejamiento del ser, un salto al abismo. Pero eso no quiere decir que no se pueda o no se deba ser auténtico, ¿qué sería aquello que le conferiría de esa posibilidad? La verdad. Pero dicha no es una tautología, es más bien algo que se encuentra causando, no es relativa como lo querría la cobardía argumental, pensémosla más bien como un lugar... ¿el abismo quizá? Podría ser una figuración de mucho recato, pues es la superficie quien dimensiona la profundidad y no al revés.

Si las letras de una banda hablan de genocidio, crueldad, y tú le exiges a esa banda que para ser auténtica tiene que llevar todo eso a la práctica; por ejemplo, ser un soldado estadounidense en Irak (sólo que en vez en de violentar en nombre de la Paz, hazlo en nombre de Satanás), opino que allí te encuentras soñando despierto. No porque el sueño sea falsedad, ni porque sea imposible realmente ser un terrorista (tampoco porque sea ilícito, sino porque montas un escenario de cumplimiento de deseo en el cual el BM es pleno en su imagen, está vestido con el ropaje adecuado, exactamente del mismo modo en que uno le exige a Photoshop que la foto retocada no tenga atisbo de error. Porque la aclamada facticidad dentro del BM, ignora, parafraseando un poco a Lacan cuando habla con respecto al conductismo, las condiciones de sentido que nos dan los hechos por tales. Dicho de otra manera: los hechos son sólo hechos en tanto simbólicos; por lo cual sólo importan mientras estén originando un autor de su decir. Cuando un hecho, pedido por la glotonería de la imagen, pasa a ser acontecimiento, es porque una verdad está ocasionando una ruptura, un suceso irrepetible y no un casting de telenovela para ver quién es el blacker de la escena. 


El sueño en su naturaleza es parte del registro de aquello que llamamos lo no realizado, definición que anuncia el carácter pre-ontológico del inconsciente. El inconsciente, estructurado como un lenguaje, pensado por el momento como región -aunque formalmente es más una cualidad- es aquel constituido por elementos que no llegaron a ser, cuya resonancia se encuentra en síntomas, actos fallidos, sueños. La palabra es el campo en el cual podrá ser producido ese sujeto obliterado por su ego/yo, ese sujeto del inconsciente, por lo cual ella es el acto por excelencia, es performativa cuando se trata de dirigir la atención a la verdad que nos causa y/o producir un saber no sabido sobre la misma, con la indisociable responsabilidad que ambas cosas conllevan. Las conductas son altisonantes, y claro que en el BM se degusta el ruido; de hecho no falta quien así se refiere a tu música, "está chingón tu ruido /m/", inclinación común de pensar que los actos valen más que mil palabras, refrán cuya verdad no se niega pero sí se disiente acerca de su ser-toda: hay actos totalmente vacíos y palabras plenas que fecundan la sensibilidad más infértil. No sorprenderá a nadie la aseveración obvia de que cualquiera que considere los actos más fuertes que las palabra está obedeciendo a palabras acerca de la calidad que el acto transmite de poder decir algo. Los actos reales son palabras imposibles (pensemos en la angustia), no modos imaginarios de plasmar cosas dichas. Lo real y lo imposible aparecen nuevamente aquí en copulación. 


¿El BM es una acto real? ¿La quema de iglesias, los asesinatos, la creación del nuevo estilo musical, son actos reales? Si situamos a lo inconsciente en el horizonte de los acontecimientos, diremos que sí, que el BM supera una fantochería imaginaria, aunque también la abarca. ¿Cómo saber si algo es un acto real o simplemente una simulación? Ya que la respuesta no puede ser cazada por medio de las palabras dichas o no dichas, pues uno puede hablar su angustia en acto sin que le sea imposible decir "estoy angustiado", nos enfocaremos en los efectos del acto: si esos actos sitúan algo de lo impredecible, pues rompen con una linealidad causal, y entonces aparece que aunque motivos pudo haber muchos, uno no sabía que en realidad estaba siendo causado por una verdad, es ahí donde se puede llegar a demostrar si un acto sólo era un ensayo de una obra narcisista o advenimiento de una respuesta subjetiva; puede ser silenciosa o ruidosa, dependiendo de qué tan sordo se esté. Pues a veces se cree hablar muy fuerte y el Otro está demasiado sordo para escuchar, pero ¿quién tiene que gritar cuando su oído está en condiciones de escucharse a sí mismo? A veces el silencio es ruido para el Otro, puede ser un grito petrificado como aquella famosa pintura noruega; como sea el caso, la importancia del acto no puede ser pensada en términos acústicos, sino en términos de dirección de consecuencias, en las cuales un sujeto se asume no como aquello que es, ni que será, sino que habrá sido; el sujeto ya sucedió, pero eso sólo se puede saber a partir de que en su suceder, se construya... 


Palabras que son actos, actos que surgen en los límites de la palabra, pues la palabra es su propio límite, al el estar siempre dirigida, está despojada de cualquier autonomía. Decía un poeta, "las palabras son mitad de quien las dice, y mitad de quien las escucha", inluso si hablamos solos. El acto real, en cambio, es sólo del sujeto... el Otro no llegó a la cita, por lo cual, nada que ver tiene con un yo que se alimentan en su creencia de que hace más de lo que dice. 


El BM es, efectivamente, un movimiento estético, pero no necesariamente basado en la belleza, y entendamos aquí belleza en el sentido artístico: la imagen actual de bandas como Enthroned, Watain, Urgehal, etc. es bella en ese sentido, mientras que Woods of Infinity es más del orden de lo grotesco, Lutomysl de lo aséptico o Immortal de la caricatura, últimos ejemplos que en mi opinión hacen de la imagen algo más que una especie de sello de garantía de producción musical y de apego ideológico a las letras profesadas; rompen de cierto modo con el sentido. Parece exagerado hacer una comparación entre el BM y la belleza, porque cualquiera pensaría que la esencia del BM está, por el contrario, en ser monstruoso, maligno; sin embargo, la apreciación estética de la belleza, en tanto idea, corresponde al sujeto (no exactamente al sujeto del psicoanálisis que es el cual reiteradamente tratamos de esbozar), y no es algo de lo cual se pueda hacer conocimiento en el sentido clásico filosófico/epistemológico (creencia verdadera justificada). Esto quiere decir que la belleza es una fantasmagoría suscitada por determinados objetos socialmente estipulados que se sirven de la inclinación humana por aquello que es armónico, ordenado y simétrico, como se puede ver en algunos -y sólo en algunos- aspectos de la naturaleza. 


Las categorías estéticas no son fijas, sino que varían dependiendo la sensibilidad de su contexto, y digámoslo así, de la ideología que lo permea. Por eso en el BM lo feo puede pasar a ser bello, en el sentido clásico de lo "bien hecho" -y por ende socialmente aceptable-, digno medidor de la ridiculez y comicidad de quienes no se adecuen a sus cánones. 
La fealdad -tanto musical como en imágenes (grabación del celular e imágenes acartonadas al estilo de tapes antiguos)- pasa a ser exigida, igual que la belleza (las congruentes formas de los símbolos ocultos, por ejemplo), como garantías de una praxis en el BM, y por supuesto que no tendrían que serlo menos. La experiencia de la fealdad es inmediatamente accesible para alguien que no tiene relación alguna con el BM y se le somete a escuchar un par de canciones. Pero para alguien que conoce muy bien de qué se trata, podrá experimentar la perfección tanto en una pieza bien elaborada de Wolves in the Throne Room, como en una desafinada y tosca pieza de Torgeist. Sin embargo, que el BM ocasione sensaciones negativas a gente ajena a él no dice nada acerca de su complejidad estética; en cambio si lo hiciera dentro de sí mismo nos permitiría alejarnos de los estrechos marcos de la belleza. 


Por ello habría que preguntar, ¿dónde queda lo cómico? ¿Dónde queda lo grotesco? ¿Dónde queda lo trágico? Y qué decir de lo sublime, que no reduciríamos jamás a los paisajes de portadas "post-black", sino que localizaríamos en la experiencia propia de la angustia...
El asunto con la fealdad es un poco más claro: La fealdad y la belleza hoy coexisten en el BM demasiado despreocupadas, porque lo que importa no es tanto la sensibilidad, sino el dictamen ideológico. Esto nos explica por qué el criterio es algo tan evanescente en este medio. 
Tanto lo trágico, lo sublime, lo grotesco y lo cómico son categorías que, con sus respectivas diferencias, apuntan a la extrañeza con el ser, al sin-sentido de la existencia, a la ruptura con los lentes con los que generalmente miramos el mundo; la fealdad y la belleza son la dualidad estética que se encuentra en la base, pero que si se redujese a esta, tendremos lo que abunda: grupos que sólo se preocupasen en parecerse lo más que se pueda a quienes tienen entre los miles de posters enmarcados en una sensibilidad enajenada, siendo la música un medio imitativo más para lograr esa identidad plena, y nunca el medio universal para afirmar una singularidad vacía que se construyese a sí misma con el material que la apropiación de su historia brindase. 

Por ello la sensibilidad tendría que re-encontrarse con la estructura que la posibilita, pues eso significa también, entre otras cosas, dejarnos de la estupidez reiterada de creer que una banda es más true por cómo se mira en el espejo.


¿Cuántas veces Chaoswolf no ha roto espejos? Pero si ya están rotos, ¿cómo hacérselos notar?

La estética no es el lugar en donde te puedes cortar el cabello, la estética es la filosofía que se encarga de estudiar la experiencia sensible y la interpretación que los sujetos dan a ella, como también la palabra apunta al adjetivo para señalar dicha experiencia. El cómo organizamos una experiencia subjetiva en torno a imágenes en un determinado contexto, esa unidad inseparable, es el punto de mira. El asunto es que el concepto de imagen varía mucho dependiendo desde dónde se le trabaje; no obstante podemos coincidir aquí en que la imagen no se reduce al ojo, a la fotografía, a lo visual. Lamentablemente, se le llama escena al conjunto de elementos interactuando y dándole lugar al BM. Acaso eso haga notoria la importancia que se le da a la mirada, a tal grado que uno podría homologar la escena a una página de facebook con muchas, muchas fotos. La imagen para nosotros es de otro orden, la definimos como aquello que puede ser significante pero no ha llegado a serlo, pues se encuentra en otro registro, el de lo imaginario, justamente, el cual funciona como articulador de lo simbólico con lo real en su imposibilidad, pues permite tapar los agujeros dejados por el significante en su incidencia sobre lo real. La música está plagada de imágenes, lo cual nos impide ver su condición significante. Que el BM sea un género estético es sin temor a redundar, puesto que no lo digo porque la estética esté presente en todos campos de la vida -afirmación cuya discusión no abordaremos aquí- sino porque nos ayuda localizar el punto en el que la imagen se ha venido constituyendo como su valor. En ese plano estético es que localizamos el auge de la imagen visual y su repercusión recíproca con la psicología del BM-escucha, pues la imagen que tratan de dar siempre está en función de coordenadas muy demarcadas gracias a las cuales. paradójicamente, la subversión se hace posible.

En lo personal, tomo más en serio a Abbath en sus muecas y su etílica irreverencia, o a Peste Noire haciendo sonidos vocales que rayan en la parodia, que a bandas que pregonan seriedad y atavian su imagen visual con adornos de todo tipo. Y no es que prestarle atención a la imagen visual sea un rasgo negativo, sino que es un problema cuando parece estar determinando la reacción de los BM-escuchas ante la música y la transmisión que dicha conlleva, ignorando en ocasiones que lo que importa en el BM es que algo se impregne, de modo pestilente quizá, en el cadáver que llevamos puesto al ser historia, nuestra historia; no se trata tanto de coincidir ideológicamente con la banda en cuestión sino que algo coincida en su propia forma suspendiendo momentáneamente los contenidos, pero para ello la vía de la imagen no es la vía por excelencia, ya que en general sólo proyecta en los espectadores -de manera inconsciente en numerosos casos - aquello que está apto en los lineamientos estéticos del BM, sin preguntarse el porqué de dichas coordenadas, la finalidad que puedan tener, sus posibilidades y lo más importante: ¿cuál es el decir de la banda? En una imagen algo está dicho, pero el decir que le sostiene (o si me permiten: el de-ser) es la clave por la cual una banda es BM y no otra cosa. El decir está en el sujeto, sujeto que no es imagen, sino diferencia.



-Chaoswolf