Tomino

Tomino

jueves, 23 de abril de 2015

Un arte proveniente del envenenamiento de las musas por la palabra y el vacío








Antes de comenzar considero oportuno aclarar ciertas cuestiones. Este escrito ya pertenece a lo que podemos llamar el Orgenlatém II, el cual es inaugurado a partir del dictado de los postulados fundamentales del BM, dicho escrito no es otra cosa que la conclusión -de manera quizá muy general- del primer Orgenlatém. Podría decirse incluso que el Orgenlatém es una desviación, una perversión si quieren, al tomar al BM como objeto de nuestro cuestionamiento al mismo tiempo que como medio para que se articulen ciertas reflexiones. Freud decía que los poetas van un paso adelante que el psicoanálisis, esto quiere decir que lo que podemos llamar formaciones culturales tienen un carácter precipitado con relación a un saber sobre lo inconsciente, lo cual no deja de ser un gesto metodológico por parte de Freud. Pero hay que tomar en consideración lo siguiente: no se trata de aplicar el psicoanálisis como una especie de manto que se extiende sobre el arte, la religión, la política, etc., sino, más bien, la alteridad, cualquiera que sea su nombre en dado caso, va a permitir a nuestro discurso proponer una lectura diferente, que apunte, claro está, en la dirección sujeto; y sujeto es, del inconsciente. Ahora bien, el BM será mi pre-texto, el cual me ayuda a pensar, factor por el cual creo que le tomo interés. Los movimientos teóricos que ejerzo -a veces sin advertirlo- en estos escritos son aplicables a diversos ámbitos del pensamiento. Aparte de esto, el Orgenlatém tiene una finalidad que bien podemos llamar inherente, la cual tiene que ver con el público en específico al que me dirijo y con los efectos que puedo causar en él, esto impide al mismo tiempo hacer de mi escritura algo puramente teórico-técnico, pues no hay que olvidar que el Orgenlatém es una parte de la totalidad del proyecto Chaoswolf. Si bien en todo momento me sirvo de vocablos que a la mayoría podrán parecer ininteligibles de suyo, acaban siendo aclarados aun en sentido negativo (como entender cierto concepto por lo que no es), por ello creo, en lo sucesivo, que el Orgenlatém es difícil en su mayoría, pero que al final del texto habrás captado lo esencial, aunque eso no excluya la posibilidad de haber entendido todo mal. 

El gesto freudiano ya mencionado, ¿no es acaso también quitar el acento de los objetos que el discurso científico ha privilegiado? Y al hacer esto, hay dos posibilidades: que esos objetos se abran como campo para la reflexión científica, o que se construyan objetos muy particulares que no puedan ser abordados plenamente por ella. Freud buscaba ambas cosas, pues Freud creía que el psicoanálisis podía ser ciencia, pero no nos desviemos, nosotros enfatizaremos el segundo caso. El BM es el objeto que nosotros construimos, lo cual no significa que el BM es lo que cualquiera crea que es, si afirmo esto, caigo en un relativismo radical, el cual, obiter dictum, es la carta favorita y siempre jugada por quienes quieren desvalorizar a otros que piensan más y mejor que ellos, o que simplemente piensan, y recurren a tan mediocre grito de ahogado. 

Como no estoy haciendo metafísica, mi pregunta no es ¿qué es el BM? Mis textos apuntan a responder qué se ha entendido por BM y cómo poder pensarlo de otra manera, ¿con qué finalidad? Abrir espacio de posibilidad allí donde detecto una –a veces no tan clara- ofuscante homogeneidad, líneas trazadas con fuerza que guían la conducta vial y someten al pensamiento. Si quiero hacerle honor a mi nombre, Chaoswolf, no me puedo suspender de esa labor, que sí, es caoísta por todos lados. 

En el escrito pasado dejé sobre la mesa el asunto de la estética. Ahora lo retomo. Esto sugiere preguntarnos que pareciera simple: ¿el BM es arte? Con un sí o un no “subjetivos” y asunto arreglado. Saben que ese no es mi modo de proceder. Por el lado del BM la complejidad ya está más que señalada, centrémonos en el arte. ¿Qué es arte? O mejor dicho: ¿cómo discernir el arte de lo que no lo es? Podemos hacer un justo ademán aristotélico y decir “arte se dice en muchos sentidos”.¿Lo pensaríamos como una estipulación social? ¿Como un modo de expresión delimitado por cánones universales? ¿Un quehacer cuya condición es una embriaguez de la voluntad de poder nietzscheana? O, quizá: ¿Un modo de hablar que apunta a decir aquello a lo que en el habla cotidiana no accedemos? Como bien se dan cuenta, el asunto no es en absoluto sencillo y me dispenso de abordar tantas problemáticas en tan pocas líneas, pero a veces hay que dar pasos agigantados, si no queremos que esto se extienda al infinito.

Podríamos abordar el tema del arte desde el psicoanálisis, ¿se trataría entonces de una sublimación? Para Freud, sí. En sentido freudiano se trataría de una de las vicisitudes de la pulsión, encaminar su ímpetu hacia la creación, contemplación, investigación, etc. de objetos con un valor cultural positivo (este movimiento implica que la pulsión de un modo u otro, siempre se satisface), en Lacan, en cambio, se trataría de “elevar el objeto a la dignidad de la Cosa”, ¿a qué se refiere con esto? Lacan estará poniendo literalmente el acento en la palabra sublimación, hacer sublime; es decir, en vez de enfocarse en la sustitución o en la metáfora, habla de una una elevación del objeto en su imposible (la Cosa), lo cual puede ser leído como dimensionar un nivel de objeto que trasciende el plano empírico, el dominio del objeto a. La sublimación, cuyo paradigma es el arte, tendría que ver con hacer aparecer al objeto a. No ahondaremos demasiado en una sola concepción. Lo que hasta aquí queremos resaltar es que el asunto del arte compete una pregunta por una tan siempre problemática relación sujeto-objeto. 

La estética se encarga de pensar la sensibilidad (por más aporético que suene), el arte, la experiencia sensible, el juicio estético, y al sujeto que está inmerso en todo esto. El tema del arte aparece ligado a la noción de belleza; sin embargo, no se reduce a ella. El objeto del arte no tiene que ser necesariamente bello o producir la idea de belleza en los sujetos. Aunque los trabajos acerca de la belleza nos dicen algo importante. Francis Hutcheson, es considerado por algunos como el primer esteta, ya que antes de la modernidad no se consideraba tal cual una disciplina. Hutcheson planteará que tenemos un sentido interno, una capacidad innata para producir la idea de belleza en nosotros. La diferencia con Platón será que la idea de belleza ya no se encuentra allá lejos, en el Topos Uranos, sino que está en la mente. Sabemos que uno de los más grandes inventos de la modernidad fue, justamente, la mente. Bien, para este autor la belleza es una idea abstracta que produce un placer duradero y que no es sensible en el sentido corporal, sino en un sentido mental (por ello la noción de sentido interno). Un teorema matemático, por ejemplo, no se remite a ningún objeto sensible y produce un placer estético, al igual que una composición de música clásica (después de escucharla, claro está). En conclusión, la investigación de la belleza supone una relación sujeto-objeto, ya que los objetos por sí mismos, en tanto empíricos, pueden variar sus características, pasar de una forma a otra (un cuadro de Da Vinci volverse cenizas, etc.), del mismo modo, el sujeto puede estar permeado de prejuicios o de elementos que perturben el surgimiento de la idea de belleza; no obstante, dicha idea es única y común a todos los sujetos. Lo que rescatamos de esto es que los objetos no son bellos en sí mismos (aunque algunos puedan ser más proclives que otros a la belleza), sino en tanto se relacionan con un sujeto. Con un sujeto que puede ejercer, de hecho, un onanismo con su puro pensamiento; sin necesidad de remitirse a objeto empírico alguno (la lógica nos nuestra ese camino). 

Ahora bien, subjetividad no es, para nosotros, la mente o el alma, es más bien un efecto. El tránsito histórico de las ideas localizadas en un mundo alterno, hacia las ideas como contenidos mentales, nos sirve de guía para entrever que el sujeto no tiene un lugar claro y definido, la suposición de que es una interioridad queda cuestionada incluso en el hecho de que una idea de belleza –siguiendo a Hutcheson- es sensible y al mismo tiempo abstracta; es decir, tiene la característica de una sensación básica, es inmediata, pero está mediada por una porción de entendimiento. Al mismo tiempo, su origen es subjetivo y objetivo a la vez. Aquí queda demostrada la dificultad de situar al sujeto como lo interno y al objeto como lo externo, por lo cual la belleza no está ni en las cosas, ni tampoco en la actividad consciente de quien las contempla, sino que oscila en esa relación imposible entre el sujeto y el objeto, la belleza es entonces fantasmática, su percepción está posibilitada por el inconsciente en tanto condición de posibilidad de las condiciones de posibilidad (que la subjetividad trascendental kantiana, por ejemplo). Más allá de la categoría de belleza, concluimos que la relación con la obra de arte es fantasmática, es decir, inconsciente. 

El problema del arte en la modernidad no era tan complicado, había más o menos un consenso sobre lo que es arte y lo que es simple cultura vulgar, pero ¿qué pasa hoy en día? En nuestra época... ¿la posmodernidad? Este último es un término que nos viene del campo del arte, de la arquitectura para ser exactos. Un filósofo que trabaja este asunto es Jean Francois Lyotard. Si seguimos su lectura diremos que la posmodernidad es, en primer lugar, un momento de la modernidad (y no la superación, por lo cual el prefijo "post" es cuestionable). A la pregunta de qué es lo posmoderno, Lyotard responde: “Con seguridad, forma parte de lo moderno”, y más adelante, “Posmoderno será comprender según la paradoja del futuro (post) anterior (modo)”. Es decir, lo posmoderno habrá sido moderno. Lacan también utiliza esta figura del futuro anterior para hablar del sujeto: “El sujeto en cada etapa se convierte en lo que era como antes y no se anuncia: habrá sido, sino en el futuro anterior”. ¿Qué nos dicen estas extrañas formulaciones? Muchas cosas, pero entre ellas resalto una: rompen con una visión lineal de la historia1 (sea de Occidente, sea del sujeto, que bien sabemos, no habría sujeto sin Occidente, lo cual no necesariamente tiene que ser etnocéntrico, pero ese es otro asunto). 

De este modo, para trabajar el arte, ¿podríamos privilegiar la concepción de cierta época? Si habría que incluso escribir “medieval” con comillas, resaltando el hecho de que llamarle así es como decir que vamos avanzando, que la modernidad es la adultez de Europa y del mundo, como lo pretendieron muchos. Luego con cosas como las guerras del Siglo XX hubo un desencanto, por no decir profunda decepción. Pero el desencanto es también una de las características de la modernidad, junto con la secularización, la creación de un sujeto, entre otras cosas. (ese sujeto es el cogito cartesiano). Algunas características de la condición posmoderna, como la llama Lyotard (ya que no es una época propiamente), es lo que él llama la caída de los grandes relatos. Estos tienen que ver con una visión teleológica o universalista de la historia. En el plano de la verdad, se refleja en el relativismo del que ya formamos parte, queramos o no. Hay desapego a la verdad concebida en un tono metafísico. Las verdades son construcciones sociales y lingüísticas, el sujeto aparece inmerso en relaciones más complejas, tal complejidad pareciera condenarnos a la actitud posmoderna, ya que incluso el más ferviente defensor de verdades trascendentes está atrapado en el juego de relaciones lingüísticas. El true metalero o blackmetalero, por ejemplo, a pesar de muchas veces pretender la verdad universal de sus creencias, considerarse superior por acceder al dominio del underground, deificar a sus grupos favoritos o a la esencia espiritual maligna a la cual pertenece, sabe bien también que es parte de una subcultura, entre muchas otras, y que su obstinación está motivada por su gusto particular, por su inclinación personal (aunque a veces delire y crea que Satanás lo ha conducido a Judas Priest), se sabe parte de ese complejo haz de relaciones, a pesar de constituir él mismo una constante resistencia a lo posmoderno. Y es que lo posmoderno, en su versión relativista, es, como ya dijimos, parte de esas características propias de la modernidad, y no sólo parte, sino que las marcas de la modernidad son su material reprimido, las huellas mnémicas freudianas. No está de más señalar que si la postura relativista pretende ser tomada en serio, tiene que proponerse como verdad. El Otro como garante de la verdad no desaparece, sino que se oculta bajo una forma espectral, tal forma es la que posibilita que lo múltiple sea una cara más de lo Uno. Cuando digo espectral, me refiero al fantasma, es decir, a una escena psíquica inconsciente que sirve de barrera ante lo traumático de lo real pero que al mismo tiempo lo contiene. La escena inconsciente de ser golpeado (gozado) por el Otro es el paradigma del fantasma. Pero esa escena es necesaria para tramitar lo real del goce, lo inasible del goce, dicho con todas sus letras: su carácter traumático. 

Como es mi costumbre, al dar esta gran vuelta trato de ceñir algo acerca de nuestra pregunta inicial. No les podría decir qué es el arte, los podría invitar a escudriñar en algunos libros llenos de definiciones, pero mi intención es darle un giro a la pregunta y plantear: ¿en qué sentido nos es conveniente problematizar la definición de arte? Por supuesto, 1. para no caer en relativismos tales como que una pieza de de Beethoven vale lo mismo que una de reggaetón, 2. para evitar una ideologización total del arte en la que, si pongo un bote de chiles Herdez en mi mesa llena de envases de caguama vacíos no vale nada, pero si un artista financiado la pone en un museo (en una espacio-temporalidad específica), vale millones (cualquier alusión a Andy Warhol es mera coincidencia) 3. para librarnos de una concepción etnocéntrica y jerárquica, en la que, por ejemplo, es mejor la música clásica que el rock, por ser más compleja, cromática, etc. En mi opinión, el arte tiene que ver con un acto creativo cuya particularidad es servirse de la castración del Otro (de que el Otro no existe; es decir, no existe el orden simbólico pleno, sin fracturas, sino significantes que no totalizan) y presentársela. Hay que explicar esto. El arte produce objetos que le prestan nuevos oídos, ojos, o lo que sea el caso, al espectador, poniendo en evidencia que su deseo está causado por recortes del cuerpo. Lo que me conmueve o place de una pintura no es la pintura, sino el modo singular de tapar el vacío que implica la mirada en tanto objeto de nuestra vista, pues dicho modo produce una vista provisional que capta algo de ese vacío y produce un plus: ya no es un mero goce, sino que se le supone un algo más al objeto; ese algo más que lo haría distinto de cualquier otro, pero que al mismo tiempo es inalcanzable, indescriptible. Invitar a querer que se repita, que vuelva, porque el vacío es inagotable. Dichos objetos no están enfocados para una utilidad en sí, como sería el caso de los gadgets, aunque un gadget puede obtener una dimensión artística. 

Por otro lado, la posibilidad de hacer arte está situada en la falta de un significante que complete al Otro, dicho de otro modo, en el hecho de que el orden simbólico es fallido. Esta es la razón también por la cual no hay acuerdo posible entre qué es arte y qué no lo es. El fantasma es una escena en relación al goce del Otro, una manera de tramitar, de traducir su carácter inapalabrable, traumático. El fantasma es la estructura que posibilita la sensibilidad, por lo cual la relación con nuestra sensibilidad nos es siempre ajena, por más que yo me acostumbre a que cuando me pinchan me duele a mí y a nadie más que a mí, no deja de ser extraño eso que se siente. 

Remo Bodei, siguiendo a Freud, propone pensar al arte como una “de-formación de núcleos de verdad que persuaden y conmueven más allá de cualquier principio de realidad”, un modo de salirnos de los cánones de sensibilidad y de pensamiento cotidianos. Esos núcleos de verdad estarían relacionados con el trauma, con algo que mediante la sublimación nosotros tratamos de elaborar, el ser indomeñable de la pulsión, podríamos decir. El arte se confronta con el principio de realidad, pero también con el principio de placer, va más allá de ambos, y eso nos lo muestra por un lado su relación con la locura y por otra su relación con el dolor. 

A pesar de lo dicho, yo no estaría de acuerdo con la opinión de que algo que se vuelve popular deja de ser arte, en todo caso podríamos hablar de entretenimiento artístico, porque lo hay. Pienso en algunas series de televisión, o en muchísimos videojuegos; en fin… La evidente tensión dialética entre una concepción relativista versus una concepción jerarquizante del arte muestra una base ideológica, al mismo tiempo que muestra la imposibilidad ideológica de cerrazón al Uno. El estallido de nociones conservadoras en el arte es el retorno de lo que el relativismo reprimió: el significante de la diferencia. Pero la idea de que el arte sólo puede concebido y apreciado por un grupo reducido de personas no es la diferencia sino el mantenimiento del Uno (de la identidad) bajo la forma de la exclusión. Por ello, lo importante es señalar esta tensión y ver que el Uno insiste y resiste, a manera de fantasma, en el sujeto, este último que no es Uno sino corte, ruptura, singularidad. El arte. como el BM, tiene ese estatuto espectral, como algo que está vivo en tanto muerto (el primer asesino del arte, para nosotros, sería Hegel).  

¿Se imaginan qué hubiera pensado Nietzsche de la música latinoamericana como la salsa o la cumbia? Claro que como buen europeo culto del siglo XIX, cuya idea de música dionisíaca era el Tristán e Iseo de Wagner, lo más seguro es que se hubiera vomitado al escuchar a Willi Colón. Pero ahí entra el problema, estamos acostumbrados a ver al arte con los lentes de Occidente, creemos que la música escritura, la música clásica, es LA música y esto no es del todo así. Durante muchos siglos el arte sólo servía como un medio para expresar a la divinidad, ¿cuántos resabios no han quedado de esa época? Siguiendo a Walter Benjamin, el arte (la obra) tenía un valor aurático que se ha ido convirtiendo en un valor de exhibición (comercial). El aura en la obra de arte tenía que ver con su unicidad, con una originalidad que se ha perdido a partir de la reproductibilidad técnica de la misma. En la Edad Media era un sacrilegio hacer imágenes sagradas fuera del permiso del orden eclesiástico, ahora venden estampitas de la crucificción afuera de la Basílica de Guadalupe. ¿No pasa algo similar con el BM? El satanismo vende y mucho. Lo que es asunto de artes ocultas, esotéricas, se vuelve sello de garantía de muchas bandas. No es que esté proponiendo a un regreso del arte en su sentido aurático (aunque en cierta medida sería importante retomarlo con respecto a la innovación) porque el aura en realidad no desaparece (sólo cambia de estado), sino que apuntamos a una posible deconstrucción de las vanguardias en esta era. José Luis Brea, crítico del arte y filósofo de la cultura, expresa algunos puntos para alejar a la obra de arte de su constante manipulación mercantil. Subrayo uno de sus puntos: Nunca se debe escamotear el ejercicio de la reflexión ni siquiera en el sentido puramente óptico. No vacilaremos en afirmar que en el BM vivimos la hipertrofia de lo óptico, cosa que ya les he repetido, lo cual tiene consecuencias imaginarias: se reduce el BM a un rodeo práctico para evadir la incompletud. En nuestra época dicho rodeo tiene un marcado matiz tecnológico, cuya relación con el pensamiento mágico es más que metafórica. Los aparatos tecnológicos son la magia de hoy, y esperamos de ellos el mismo funcionamiento. El utilizar la tecnología no sólo es válido, sino en ciertos casos necesario, no podemos, basándonos en concebir una naturaleza primitiva del BM, argüir la retirada a las cavernas. 

El problema de la tecnología, por otro lado, reside en que permite con mayor facilidad la producción en masa de los objetos, con lo cual la moda se convierte en un factor indisociable. Por esta razón es que he reiterado con ahínco que de lo que se trata es de innovar, con todas las limitantes que esa palabra, haciéndole justicia, conlleva. La originalidad es familiar de la moda y de la copia, llega a decir Benjamin. Lo cual no significa resignarse si no es únicamente en el sentido de re – signarse, volver a ponerse un signo, hacer un sello diferente. La tarea ciertamente no es sencilla, y en todo momento la gente encontrará deficiencias para sostener sus oprobios, mas no por ello resulta ilegítimo el intento de marcar la diferencia. Aunque la habilidad del Uno (de la masa, digamos) se encuentra en incorporar la diferencia como parte de su mismidad. Habría que tener cuidado con esto. 

Retomando el rumbo: es posible pensar que el BM sea arte en tanto es música, pues a pesar de poder existir un plano pictórico o poético del BM, sin música pierde su particularidad y puede ser cualquier otra cosa. No obstante –y quiero subrayar lo siguiente- de eso no se sigue que la música sea el factor del que dependa la creación del BM, como bien nos lo muestran nuestros amiguitos del “black” metal cristiano. Nietzsche dice que “el lirismo es tan absolutamente dependiente del espíritu de la música misma, en su plena libertad como la música misma es independiente de la imagen y de la idea, no tiene “necesidad” de ellas, las “tolera no más, al lado de ella”. Nietzsche va a privilegiar a la música, como el arte dionisiaco por excelencia, cuyo sentido más profundo no nos es accesible por medio del lenguaje. Parafraseando su texto, la música sería algo así como el eco del dolor primordial, dolor relacionado, en la ontología nietzscheana, con la disolusión del Uno en la multiplicidad que llamamos realidad. La influencia que tuvo sobre Freud es notoria. En tono nietzscheano, la única manera de acceder a ese sentido profundo de la música, es embriagándonos en ella, viviendo la experiencia estética. Ahora bien, aceptamos la propuesta nietzscheana de la música, pero le daremos un cierto giro: ¿por qué el lenguaje no permite alcanzar el sentido último de la música? Porque no hay tal, porque ese sentido último no es más que el puro vacío. Lo real en sentido lacaniano, lo inefable de la música tendría más relación con los silencios que con las melodías. La música funciona como un significante sobre el cual pueden recaer diversos sentidos, como nuevamente nos lo muestra el black metal cristiano. 

Es por esta razón que para pensar el BM, tendríamos que invertir una parte de la fórmula de Nietzsche. El BM, en tanto música, es dependiente de la imagen y de la idea; aunque, ojo, estos términos en el contexto del texto aluden al plano de lo simbólico, digamos, del lenguaje. Las letras le dan consistencia al BM, incluso, nos atreveríamos a afirmar: la música del BM es la expresión simbólica de pensamientos, y sólo se piensa con palabras. A veces una melodía puede sonar a cualquier otro género, pero la voz remite a su procedencia, al BM, por supuesto. En ocasiones escuchamos algo que nos hace pensar que eso debería ser considerado black aunque musicalmente, digamos, sea una sinfonía. 

¿Qué tipo de pensamientos? Si hago una lista, por ejemplo: maldad, obscuridad, destrucción, odio, caeríamos en esencialismos. Pero ¿es posible exiliar al BM cristiano sin caer en esencialismos? Mi primer intento de respuesta fue postular al Otro como lugar simbólico, como institución que daría cuenta de ciertas imposibilidades, que serían vistas como absurdos, v. g. el bm cumbia. Pero ¿cómo se instituyó ese Otro? Si decimos que se instituyó en un cierto momento de origen del BM, caemos en un historicismo que lo único que logra es producir en masa personas con discursos como “el bm no es lo de antes, todos hoy son posers”, en un gesto de nostalgia romántica. Así que manejé al bm cristiano como una suerte de sombra dialéctica, que en todo momento acontece como el no-ser del BM. Ambas respuestas se complementan; sin embargo, aún no se daría respuesta al por qué dar por hecho que el cristianismo es el enemigo del BM. Cayendo en esencialismos es muy fácil dar respuesta a eso, pero al mismo tiempo cae en contradicciones, porque cualquier elemento esencial, cualquier representación simbólica en el BM; por ejemplo, la maldad, puede estar presente (e incluso más marcada) en el cristiano. Incluso si decimos que la esencia del BM es el anti-cristianismo, tendríamos que decir por qué:

El espíritu del BM es aquel que le daría posibilidad a la música, y él, en tanto tal, no está ni en el origen ni en un supuesto final, sino que vagabundea, merodea errante, ajeno a una espacio-temporalidad delimitada. Su marca es la subversión, la oposición ante ese Dios que pretendía universalizarse (y no lo ha logrado menos), el espíritu del BM es pues, una afirmación subjetiva. Sin embargo, no por perder su carácter explícitamente subversivo, el BM ha de perder su espíritu: se encuentra en algún lado, sin descansar, tratando de proclamarse, incluso a veces viéndose a sí mismo con desagrado en la penosa reproducción mimética (como miles de bandas hoy). El bm cristiano no es parte del espíritu del BM en tanto este último se define justamente por su constante reticencia a lo universal, y aunque hoy en día el BM haya tomado también la forma de una borregada, diremos que su espíritu sigue realizando sístole y diástole, aunque desgraciadamente no todos los que hacen BM hoy se detengan a oír sus latidos. Pero como no quiero ser del todo radical, propondré que, acaso el único bm cristiano que pudiese considerarse bm sea aquel que ve en la cruz la muerte de Dios. 





Concebir a la música como “lengua universal”, como le llama Schopenhauer, el “idioma de los dioses” como le llama el rapero Nach, es algo que apunta a encontrar en ella algo tan abstracto pero tan concreto a la vez, el arte para la sensibilidad más pura, limpia del terreno conceptual, la expresión de la esencia del mundo (por supuesto que no en todos los casos se da esto), de cuyo encanto, empero, nosotros nos reservaremos por el simple hecho de que no es nuestra intención superar Babel, no por sumisión a la voluntad de Dios (cuyo rasgo muestra fehacientemente su incompletud), sino por el hecho de que ese mito expresa al caos tácito en el lenguaje. Sin embargo, no reconocer que evidentemente hay algo en la música que la hace diferente a las demás artes sería padecer sordera. Pero no se trata de la música entendida en un sentido tan místico del que, a mayor o menor grado, muchos no logran deslindarse, sino que la música al estar vinculada al oído, es el arte más cercano a la voz en tanto objeto a; es decir, en tanto recorte del cuerpo, aquello que se nos escapa, por ejemplo, en un grito de angustia mudo. La música, como diría Jacques Allain Miller, es lo que hacemos para acallar la voz en tanto objeto a, pero por este mismo motivo, se encuentran en una relación de tal estrechez que a veces sentimos en la música la invitación a la total fragmentación del ser. 

Podemos entender al BM como un arte en tanto nos permite quebrantar los frágiles espejos de la realidad consensuada, razón por la cual a los ajenos al mismo les parece un férreo atentado a la imagen social, incluso algunos le ven como una extensión de una etapa adolescente, de conflictos no superados, como bien lo refleja la película noruega “Metalhead”, que si bien es una caricaturización, no se aparta demasiado de la realidad, por eso les he insistido tanto en escindirnos del metalhead, del blacker, etc. No obstante, esa película refleja algo: que vivir en sociedad, de manera funcional, siempre implica pasar por el duelo de una pérdida. 



El BM es como un arte proveniente del envenenamiento de las musas por la palabra y el vacío. Las palabras muertas que constituyen el templo de su no-lugar, donde se realiza la apología a la muerte. Fabricamos musicalmente el vacío del cual surgirá ese grito tan singular, cuya omisión total no es otra que una aséptica despedida del terreno del BM. El grito en la música BM es esa parte que expresa su procedencia, lo horrible y tragicómico de la existencia, el sin-sentido, el rompimiento con los ideales, algunos lo harán más, otros lo harán menos, y otros simplemente destruirán el grito y emitirán un soliloquio de lloriqueos. Si lo dicho se entiende cada vez menos en la voz del BM, si no importa no tener ni puta idea de lo que la letra está diciendo, pero aun así algo se transmite, aun así algo toca nuestra sensibilidad identificándonos con esa locura vocal, es porque la comunión no es con una ideología (aunque pueda ser el caso) sino con las palabras muertas, con el vacío, con el veneno mediante el cual se sacrificarán a las musas, con las cenizas de un arte que ha ardido a lo Bonzo, como manera de hacerse un nombre.

-Chaoswolf 23/04/2015