Tomino

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jueves, 23 de mayo de 2013

II. Del anticristianismo, el Nombre-de-Satán y la (pre)hispania


Temas a tratar: 
R.S.I. 
El significante en la música
La música es ideológica
BM: Oxímoron
"Yo es otro"
Los dioses y el Edipo
 Dioses muertos, dioses fantasmas.
 El nombre-de-Satán
Mejor mar que tierra
Mal-estar en México, en Escocia, en la cultura.
El nombre propio, más allá de las traducciones
Escuchar con nuestra historia  



Pienso que las ideas esenciales de estos escritos se irán digiriendo y tomarán forma cuando se vea el panorama completo, por ahora sólo estoy soltando piezas de un rompecabezas, pero éste es un rompecabezas como el que Spider (de la película homónima de David Cronenberg) intentó armar sin obtener resultados satisfactorios. Claro que eso se debía a que había una pieza que simplemente no encajaba; pues bien, siempre hay algo en el humano que no encaja, que está fallido, pues hay un Real impronunciable que se encuentra presente. Así pues, el Orgenlatém será abordado tomando en cuenta el R.S.I del psicoanálisis lacaniano: Lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario. Lo Real, que Lacan definió como lo que no tiene sentido, es muy importante, ya que el Black metal se ha infatuado demasiado, ya sea en el plano imaginario (narcisismo ciego, culto a la imagen, etc.) o en el plano simbólico (estereotipos, normas; en fin, borregada). En el escrito I me dediqué a hablar de ello aunque de una manera muy apresurada. Así que ruego a mis lectores formular preguntas que seguro servirán para los fines de esto que podríamos llamar, la subversión del Black metal.
Para comenzar el día de hoy les recuerdo que nuestro objetivo es hablar sobre los posicionamientos subjetivos con respecto a ese género musical que es el Black metal, que yo preferiría llamar género ideológico. Sólo imaginen la música del Black metal por sí sola, sin que existan los logotipos, los títulos de canciones, que ni siquiera que sepamos quiénes lo tocan ni cómo lucen. La música en su estado más puro. O la basura en su estado más puro (L'ordure á l'état pur), como lo diría Peste Noire. ¿Sería lo mismo hablar de todo lo ya mencionado pero ahora sin la música? Pensemos en algunos ejemplos clásicos tales como cuando un sujeto escuchó Black metal por un tiempo y de pronto lo dejó de escuchar por diversos motivos (ya pasó esa etapa, le dejó de gustar, lo que sea);  o bien pensemos en la confesión de alguien que escuche –y que de hecho le guste- cierta banda pero sólo por ciertas características, sin degustar la música como tal. Esto nos habla de que el significante es más fuerte de lo que creemos. Aunque la música también se hace ser símbolo. La música funciona como un instrumento afectivo para fusionar la ideología con la pasión. Es un arma potencialmente dañina. Es también estupefaciente. Los humanos somos débiles ante esa voz que viene del Otro y que nos constituye como seres parlantes. El amor por la música tiene sus raíces ahí. Sé que estamos acostumbrados a santificar la música; empero, a veces es conveniente mover un poco la óptica.
Ahora bien ¿De qué se trata esto del significante? De que las cosas no suceden nada más porque sí, no escuchamos Black metal por alguna especie de destino o por buenos gustos ni buenas decisiones. No somos autónomos en nuestras tendencias, hay algo que habla por nosotros, estamos atados a un discurso, no somos autores de un decir sino producto de Otro decir. Un ejemplo claro de la implicación del significante:
Una vez me comentaron de un sujeto al que le desagrada mucho la banda de la cual soy vocalista, a saber, Calvarium Funestus, y supongo que muchas buenas razones habría de tener para ello. En una ocasión alguien le puso a escuchar una canción de nosotros pero sin decirle qué banda era, obviamente al joven le gusta el BM, y curiosamente le gustó la canción a tal grado de decir algo así como: “Qué chingón suenan, ¿quiénes son? ¿Qué banda es?”. Muy ingrata habrá sido su sorpresa al enterarse. Bien, eso es el significante. El hecho de odiar una banda por su nombre; pero disfrutar de ella cuando no es nombrada… No es casualidad, padecemos de esa mal-dicción que es el lenguaje.  


No podemos separar al BM del símbolo del anticristianismo, por eso será el tema que abordaremos el día de hoy. Es necesario entender de qué estamos hablando cuando nos referimos a ello.

Creo que todos han escuchado bandas de Black metal cristiano, han leído sus letras y quizá hasta hayan visto a alguna en una presentación. En mi caso sí. Pero ¿por qué hablar de black metal cristianino tratándose naturalmente de un oxímoron? ¿Por qué no mejor white metal? Porque, verán, tampoco se trata de una batalla de Dios contra el Diablo (blanco contra negro), pues esa batalla terminó hace no mucho en un empate. Ahora ambos, Dios y Diablo trabajan juntos para la dominación, pero parte de su juego es que nadie lo sepa. Así funcionan mejor ambos. Se trata de la posmodernidad y de la ideología dominante.  
Quizá suene un poco conservador en este aspecto, y en parte lo soy, pero no sólo el nombre Black metal cristiano es un oxímoron; también el nombre Black metal lo es. Sin embargo hay cosas que tienen que mantenerse para marcar cierta discordancia. En efecto, el Black metal es discordante en su naturaleza, por no decir contradictorio. Aunque no debiera asustarnos tal sentencia. Si se le arranca el metal al black y se suspende en el aire, podemos entender mejor algunas cosas; no obstante, no se le puede erradicar de ningún modo, pues constituye el elemento lógico para el advenimiento del Black metal como discurso propio. 
Behexen titula una canción bajo el nombre de “Christ forever die”, bien pudieron titularla en pasado, pero el “forever die” es lo importante. Esto implica que Cristo, el Dios cristiano, tiene que vivir en algún lado (¿De qué otro modo podría morir por siempre?), no diré que en nuestros corazones, pero sí podríamos decir que en el corazón del otro. El otro con minúscula, para distinguirlo del Otro del espacio simbólico, el Otro en el que habitamos como seres "parlanchines". En el corazón de un otro que es nuestra imagen de ataque.
Luego, al ser el cristianismo un objeto de ataque imaginario, simbólico y a veces real, pasa a ser un referente. Referente en tanto guía, encamina… el odio (y por ende también el amor). Ese referente puede tomar muchas formas, ya que el otro es la condición para la constitución de nuestro yo. Por eso hay tanta variedad en el BM: Black metal anti-comunista, anticristiano, anti-humano, anti-vida, anti-anti, etc. Pues bien, hay ver que siempre en el “antialgo” hay una afirmación incómoda. ¿Por qué? Porque, como sencillamente lo señaló Lacan, usando la frase del poeta Rimbaud: “yo es otro”. Lo sé, lo sé, es algo a veces duro de asimilar. Ahora bien, si siempre hay algo oculto en el odio, algo que fue preciso reprimir, ¿por qué no considerar al Black metal cristiano -con su respectivo odio a Satanás- como parte también del BM? Bueno, no es fácil responder a esto, y seguro no será la única respuesta que dé, pero ya lo he dicho antes: el Black Metal está también –lamentablemente, quizá- en lo simbólico. ¿Qué significa esto? Que ya está instaurado en un Otro regulador de ciertas relaciones simbólicas. Por esa misma razón existen nociones a proiri que marcan lo absurdo: imaginen Black metal reggaetón o Black metal cumbia, por poner ejemplos. Es un absurdo total, ¿no? Pero la cosa radica en: ¿hasta qué punto podemos llegar a separarnos de la amplia gama de significantes del Otro? Esa pregunta podría ser homóloga a decir: ¿hasta qué punto se nos es permitido innovar? El Orgenlatem tiene como objetivo un reposicionamiento subjetivo de los sujetos con respecto al BM. Eso ya implica poder situarnos en el absurdo que constituye de por sí nuestro mismo ser en el BM, sostenido en una nada que jamás logra fusión (por eso insisto en que no existe el blacker). Muchos se preguntarán por qué me intereso en esto. Por el simple hecho de que he visto que algo anda mal en lo que se ha entendido por Black Metal. La dialéctica entre trues y posers ha llegado a una síntesis demasiado graciosa y muchos no la notan. Cada vez hay menos sujetos que comprendan lo complejo del asunto. Cada vez hay más borregos, así se simple.
Nietzsche se vio en la necesidad de matar a Dios para dar lugar a la profecía del Übermensch, que dicho sea de paso, tiene todo el peso de la fantasía, entendida en sentido psicoanalítico. Vemos aquí la relación entre una cosa y la otra. La fantasía del Black metal está también relacionada con la muerte de un padre; pero con eso no basta, pues es preciso que algo más surja para ser el soporte del odio. El Black metal sin odio no es nada, y el odio nos remite siempre a la dimensión del dolor. Hay una relación muy estrecha entre ambas cosas. Ahora: el problema de la muerte de un padre, no es tanto que provoque que se levanten estatuas que acaben por aplastar a quien las ha esculpido, sino, más bien, que aquellas estatuas nunca hayan sido de material sólido y aun así lo hayan hecho. No creo que sea necesario profundizar tanto en la cuestión de que cuando se habla de dioses nos remitimos directo a lo que en psicoanálisis conocemos por el Edipo. Y Edipo se resume en dos palabras: incesto y parricidio. El Edipo no es un complejo que se le diagnostica a alguien, es un mito que da cuenta de la trama subjetiva en el sometimiento a la cultura y de lo inconsciente como tal. El erigir dioses tiene que ver con eso. 


Nietzsche en “El Anticristo”, en la parte 53,  nos da unas palabras de Zarathustra, el antiguo profeta persa, que considero pertinente mencionar en esta ocasión: “Y si alguien corre al fuego por su doctrina, ¿qué prueba esto? Más verdad es que la propia doctrina surge del propio incendio”. Aquel incendio, la llama viva de la pasión, es precisamente en lo que habremos de vernos arder a partir de una muerte inaugural; de la que por cierto, rara vez queremos saber algo. Preferible para muchos es que la doctrina viva les lleve allí, como tomados de la mano de un Pastor, dejando de lado el fuego tan particular que quema en cada uno. En fin, de paso les digo que es un libro que deberían revisar, quizá para tener una especie de brújula axiológica con respecto al cristianismo, es un texto de base para el tema que estamos abordando. Nietzsche creía en una división entre hombres fuertes y débiles, algo complejo que no debemos tomar literal, pero en ocasiones es necesaria para ir haciendo mapa.  

Ya lo he aclarado antes, se necesita que algo muera, que haya un vacío, para que algo surja. Se necesita de un caos para colocar en el mundo una estrella danzante, recordando las palabras de Nietzsche. Estoy seguro que ya han escuchado en alguna ocasión la canción “The present age” de Evol, pero es importante que lean la letra, tiene mucho que ver con lo que planteo aquí. Mencionan la ausencia de Dios pero después entra el otro lado: “But gods will never die”. La idea es directa: un Dios muerto, Dioses fantasmas. No basta con que Dios haya muerto, tenemos que adentrarnos en la renegación que eso implica. 


El Nombre-de-Satán no debería ser tomado tan a la ligera, hoy en día es sólo un juego, apoyado en todas las críticas que se le ha hecho desde las teorías conspiratorias (la creencia de que Satanás es realmente el Dios judío), desde el paganismo (la creencia de que Satán es judeocristiano, por ende no pagano), hasta desde la Psicología (la creencia de que se trata de un complejo rebelde adolescente), etc., etc. También el imperativo del ateísmo creyente (todo ateísmo es hasta cierto grado creyente) que es típico de nuestra época ha hecho su parte. Yo propongo aquí darle al nombre de Satán un nuevo estatuto más allá de si uno es creyente, ateo, agnóstico, etc. El estatuto de ser el nombre de todo lo que no hemos podido nombrar de otro modo. Todo lo Real que no cesa de no escribirse, el fantasma producto de la muerte de Dios, todos nuestros fantasmas perversos que alteran la realidad y la hacen temblar. La angustia. Que sea el nombre-de-Satán implica que se trate también del Satán-de-nombre, el adversario del nombre, el que nomina siempre de un modo fallido, por el simple hecho de que nadie podrá llamarse igual incluso si se llega a llamar igual! Algo que va más lejos de la estúpida noción de ser malo, malvado. Lo que en estos tiempos es más común es hablar de dioses de un modo ateo pero que paradójicamente funciona en el sistema de creencias. Les doy dos ejemplos: “Yo no creo en Santa Clause pero hago como que sí creo para me siga trayendo regalos” o “Smith no cree en los fantasmas, ¡y dice que ni siquiera les tiene miedo!”. Es decir, el problema de la creencia es que no es "subjetiva" a nivel psicológico, es "objetiva" en el nivel en que se materializa en la práctica. El neurótico es creyente aun cuando se diga ateo o crea que sabe. Con neurosis me refiero a la psicopatología de la vida cotidiana. Recuerden a Carl Jung en su necedad de decir que él no creía, sino que él sabía. Él creía que sabía. Pero es mejor saber creer. Pues bueno, lo que propongo es jugar con la creencia, como bien hace, por ejemplo, la magia del Caos. Hacer funcionar un propio sistema de creencias, pero teniendo en cuenta su grado de ficción y de plasticidad. Y también darle el grado de seriedad que merecen las ficciones. El problema de la magia del Caos ha sido que no ha tomado en cuenta la dimensión inconsciente no tanto de la creencia sino del deseo. Lacan proponía que la verdadera fórmula del ateísmo es "Dios es inconsciente", lo que quiere decir, es un fantasma. El ateo que toma en cuenta esto, ya está un paso más cerca de lo que planteamos. La sustancia para ser ateo no es poder probar que existe o no Dios, esas son preguntas de otro orden, la sustancia es el deseo de ser ateo, de atravesar el fantasma de aquel Dios muerto. 

Espero que no se piense que estoy proponiendo alguna clase de satanismo laveyano, donde Satanás es símbolo y no entidad; de hecho ellos son un claro ejemplo de una parte de la tendencia ideológica estadounidense que puedo resumir con el ejemplo de la Coca-cola light. Pero cuidado también con caer en el fanatismo religioso; no olviden que la culpa puede tomar el tamaño de Jehova. En fin, yo también soy ateo, pero Satanás puede seguir aquí sin ningún problema. También los dioses paganos. Recuerden que Satanás es una condensación judeocristiana de todos los dioses silenciados. Satanás es propiamente el síntoma de Dios. Sólo se trata de no creerse demasiado que uno no cree. El nombre-de-Satán en tanto sustitución de un deseo perdido (el del Otro) puede traer, como vemos, religiosas consecuencias, pero también la posibilidad de una separación. Yo decía, aquel Satanás que no te deja solo en el desierto, que no te conduce al ateísmo, es una entidad digna de escarnio. Obviamente estoy siendo metafórico, por eso me inspiro a levantar un par de cuernos. Salve Satanás, de verdad, no siempre es hora de juegos. A veces se necesita seriedad.  



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Sabemos que Europa es la cuna del Black metal, y nuestro contacto con ese otro lado del mundo fue a través del saqueo de América, ¿no fueron cruces precisamente las que guiaron a los navíos? En México tenemos mejores razones para odiar el cristianismo (en realidad en México tenemos mejores razones para odiarlo todo). Varg Vikernes tuvo que pedir a los policías que le maltratasen para sentir que realmente estaba haciendo un mal, que realmente le estaba causando una herida al Otro; aquí, en cambio, cualquiera de ustedes que entre por algún motivo a la cárcel encontrará algún santo al cual rezarle.

Digamos que el argumento más común es: si Europa nos vino con el cristianismo, el verdadero BM mexicano debe apuntar a lo prehispánico. El problema es que escuchar Black metal ya conlleva cierto grado de malinchismo. No se asusten, eso no quiere decir que no podamos amar nuestra tierra, patria o como quieran llamarle. Pero hay que aceptar que no caímos en el mejor lugar del mundo, e incluso el mundo no es el mejor lugar, pero sí el único. No obstante, por un lado vemos a un gran número de sujetos exaltando una identidad de BM mexica(no) basada en el indigenismo (sin darse cuenta que México ya se dice en castellano), encontrando la obvia conexión entre los distintos paganismo que ha habido en el mundo. Es algo así como una identificación no pronunciada por los sujetos. A veces rezaría más o menos así: "Tengo una identificación con el modelo europeo, pero racionalmente sé que soy muy distinto, así que el objeto de identificación inconscientemente es desplazado a un buen sustituto del primero para no generarme angustia”. Por suerte no siempre es así. Aunque este planteamiento se encontraría obvio si entendemos que la idea del BM prehispánico surgió de escuchar el BM europeo. Es claramente lo más normal, ante una incertidumbre de la identidad, encontrar una suerte de solución en la tierra donde se tienen los pies puestos. No hay base más sólida para una realidad tambaleante. Pero la verdad, la triste verdad del Black metal mexicano es que el Black metal nos vino desde el mar. El Black metal tiene más relación con el mar que con la tierra; sobre el mar sólo Cristo puede caminar. En el Black metal debemos ahogarnos, ahogarnos en un mar que sea símbolo de una nada perpetua. Para el Black metal mexicano tener los pies demasiado puestos en la tierra es un problema evidente. 


Por eso recuerdo la película "Martín H", cuando Martín padre dice: "Tú país son tus amigos". La nación no existe, nos da a entender, con un discurso conmovedor. Uno no pertenece a ningún lugar, ¿de quién es la patria? Es una pregunta que aunque con base en conquistas o trabajo siempre acarreará incertidumbre, finalmente no deja de ser un significante que trata de condensar al padre y a la madre. Patria proviene de pater, y en nuestra particular lengua es un sustantivo femenino. La única nación que existe es la que en tu subjetividad te liga a determinados significantes: en el caso del viejo Martín ese significante es la amistad. Pero al mismo tiempo, al estar sujetos a condiciones humanas, al error, a la responsabilidad y a lo inconsciente, la patria/nación es como una nada, en la que mediante incesantes movimientos subjetivos se va constituyendo un camino diacrónico (mudar de significantes, cambios en la historia personal), en la que consistencia simbólica es un objeto que está en el otro más allá del otro... más allá de los significantes asociados, ese objeto es inalcanzable y configura lo real de nuestro deseo.   

Debo aclarar de paso que no tengo nada en contra del Black metal prehispánico, me parece una buena corriente, si se le puede llamar así; aunque lo desagradable es cuando pasa a ser un movimiento cuasi nacional socialista. Una cosa es tener una inclinación por la cultura prehispánica por diversos motivos y simplemente querer fusionar eso con el Black Metal, que es totalmente correcto, y otra muy distinta es querer llevar eso a una guerra contra los no-aztecas. Sé que es difícil asimilarlo pero somos un pueblo mestizo que no tiene los pies bien puestos en ningún lado. Y la solución a ello no es aferrarse a una identidad nacional construida de muchas formas y con muchos fundamentos imaginarios. La experiencia nos dice que eso no funciona en lo absoluto. ¿Y qué tal si optamos por lo contrario? O sea, la destrucción de toda tentativa de identidad mexicana y utilizar ese vacío para construir un lugar desde el que el BM pueda hablar con más propiedad.  Si nuestra lengua materna es el castellano, entonces lo prehispánico sólo puede existir cuando se escribe: (pre)hispánico. Es así como lo propongo.
El Black metal prehispánico es una respuesta a la angustia que provoca que seamos un pueblo fundado en un sabotaje que no deja de mostrarnos sus huellas en cada instante, para esto les remito a que lean el texto de Eduardo Galeano “Las venas abiertas de América Latina”, una obra llena de verdad y brillo poético. La conquista española nos trajo lo que el Black metal combatió desde un comienzo, a saber, la cruz. Es doloroso aceptar que somos un pueblo conquistado por cristianos y más doloroso es quejarse de ello en castellano. El problema es que tampoco somos aztecas y la tierra no es lo más importante para determinar una raíz, o sea que también hay sangre –lamentablemente quizá- española en nosotros. Si lo vemos así es curioso que existan muchas bandas de BM prehispánico y ninguna de BM hispánico: ahí entra la prueba de que el malinchismo es más real cuando es (de)negado. ¿Se dan cuenta de la ironía? A veces es más oportuno ser cínicamente malinchista. Aunque tampoco se trata de eso. Hay bandas de Black metal mexicano que hablan de paganismo europeo en sus letras. No sería problema si se tratara de caotas, o sea de sujetos que ejercen la magia del Caos; pero sí es problema cuando se trata –como generalmente- de sujetos que simplemente quieren ser noruegos, suecos, alemanes. Obviamente ahí entra una enajenación en el plano imaginario. Pero no nos vayamos siempre por la lectura ingenua: también se puede fundar una identidad simbólica a partir de ello, y eso es un problema también. Todo depende de aquello a lo que le doy el mayor énfasis: la historia personal de cada sujeto. 
Aparte de la corriente indigenista hay otra que exalta a México como nación mestiza. Se trata más bien de una cuestión nacionalista. La raza no importa tanto, más bien les importa la bandera. Habrá muchos que se inclinen por este camino y eso nos aporta variedad. En lo personal no es lo que yo sigo, ninguna de mis letras alabará a México nunca. Para mí México es un error. Aunque bueno, el malestar no es mío ni del mexicano, es de la humanidad en general. Recuerden el diálogo que tiene Renton en Trainspotting acerca del hecho de ser escocés. Un amigo que también vio esa escena simplemente no podía creer por qué alguien habría que quejarse de ser escocés. Nuevamente debo mencionarles que es cosa de significantes. Yo opto por la misantropía, otros pueden optar por otras cosas, es necesaria cierta pluralidad en el BM; pero también es necesario saber nuestra posición subjetiva con respecto a lo que seguimos y queremos hacer. Saber qué parte de nuestra historia está implicada; saber que siempre hay algo de verdad tras la ficción. El Black metal también es una ficción. Hay que saber escuchar la verdad que pronuncia.



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La relación entre un nombre propio y el Black metal está implícita desde un principio. Varg Vikernes hace objeción de que el Black metal no se trata de Satanás, y en realidad su tema instrumental “Dominus Sathanas” no es de sus mejores. Hay que tener cuidado en creer que Satán y Satán sean sinónimos. Jamás lo son, y he allí lo complejo del asunto y la necesidad de haberlo abordado en esta ocasión. La identificación simbólica de Burzum con el dios blanco, Baldrs o Belus, llama la atención no tanto en el punto en el que se trata de una deidad que representa el énfasis del regreso al paganismo y a la sangre ancestral, sino, más bien, en aquella ambigüedad que puede ocasionar el uso de distintos nombres para apuntar hacia la experiencia mística. El padre simbólico es parte sustancial del Black metal en tanto que lo denomina para nosotros: ahí es donde entra la responsabilidad de cargar con un pseudónimo. No se trata sólo de identificarse imaginariamente con algún demonio o entidad, si no, que ese nombre pueda devenir como parte de nuestra propia palabra. El-nombre-de-Satán así cobra su verdadero significado. En la multiplicidad de nombres bajo un sólo trazo, el nombre propio no es estrictamente solo uno. Claro que en una época donde la palabra pareciera estar perdiendo el poder que antiguamente se le daba muchas de las cosas que digo pueden parecer más del lado del disparate. Al hacer esa típica división entre enunciado y acción, lo que se está haciendo es dejar al deseo que se esconde detrás del teatro como superfluo, logrando que el Black metal se estanque en una relación puramente imaginaria. El verdadero Satán no está tanto en acciones “satánicas”, que muchas veces de forma ingenua confunden con terrorismo, sino más bien en lo que enuncia su nombre en relación con nuestro ser. Hay un sinfín de bandas que sólo repiten y repiten de una manera nada innovadora y olvidan lo que implica la palabra en su música, en su nombre, en su decir. No se puede prescindir de lo imaginario, pero hay algo en el Black metal que, como ya he dicho antes, está siendo asesinado: su propia muerte. El imaginario es el campo donde opino que se le pretende dar vida. Jacques Lacan en algún momento dijo que el único orificio que no se cierra jamás es el oído, por donde entra la palabra, el don del Otro, y que es ahí donde el Black metal, como música y más allá (si es que concebimos suficientemente fuerte la tendencia del objeto de la sublimación) se sitúa en su relación inequívoca con el hablaje.          

Lo que le da magia al Black metal es que puede situarse más allá de las traducciones: el grito pronunciado puede aparecer en todos los idiomas. Es decir; no se necesita entender para saber de qué se está hablando. Así como es responsabilidad del músico pronunciar algo –pues pronunciar algo ya es esperar una respuesta- es responsabilidad del oyente derramar su subjetividad en la obra. Y eso significa algo sencillo: escuchar con los propios oídos, escuchar con nuestra propia historia. A partir de ahora voy a preparar el siguiente punto a tocar en el Orgenlatém: el NSBM. Hay tanto qué decir sobre esta tendencia tan polémica, y sin duda yo me iré a escuchar un álbum de Absurd. Hasta luego. Nos vemos en el III.

-Chaoswolf

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