Temas:
-¿Verdadero o falso?
-La angustia, el afecto primordial
-La religiosidad del sujeto
-El DSBM y la homogeneización de la psiquiatría
-Acerca de Dead y Jon de Dissection
-Lo inconsciente del acto
-Duelo irreparable
Hay algo
en la música en el orden de lo sublime, pero en lo sublime siempre hay algo en
el orden de lo ominoso; y nuestro alcance siempre está condicionado por un
hueco en el horizonte… No podemos sino decir que algo nos contagia en la
música, pero no sabemos del todo qué, no sabemos qué clase de infección
psíquica sea, y ponerle razones al asunto nos va llevando a fantasear de más.
Que el Black metal sea un género sublime; sin duda, en especial cuando no se
trata de pasar lo ominoso al plano tan poco conocido de la realidad, porque
bien nos damos cuenta que el sustento de nuestra reacción a sus determinadas
imágenes, invocaciones, sonidos y demás, está necesariamente depositada en la
conciencia de que se trata de una ficción, al mismo tiempo que –y gracias a
ella- podemos decir “pero aun así, hay algo de verdad en esto”. Que alguien sea
verdadero en el BM (lo que implica que forzosamente el género esté en posibilidad de serlo pero también de no
serlo) es una empresa tan vulgar que pasa a sernos de relevancia sólo a
condición de ver en ello algo que insiste pero que pasa desapercibido, lo mismo
que cuando se trata a la falsedad bajo ciertos parámetros (personales o
colectivos, qué más da) no podemos sino ver en ella algo que irrumpe como
exceso a una tan deseada estabilidad simbólica (pero que casualmente necesita
ver al chivo expiatorio para consolidarse y afirmarse como sí misma: “esta es
la comunidad de BM real, porque hay quienes no pertenecen a ella”), y no
pensamos que no lo pueda llegar a ser, como tampoco dudamos que alguien sea
verdadero sólo por el simple hecho de ser “él”, porque todo lo que hace lo hace
por motivos personales y únicos..., simplemente les recordamos algo, hay
verdades muy idiotas (en el sentido arcaico del término que por algo dio bautizo
a su uso actual), y no necesariamente dejan de ser verdades. Nosotros no apuntamos a coleccionar esas verdades y pegarlas en un mural, sino a las condiciones de posibilidad de las mismas, y en específico a ese exceso que hace irrupción en cualquier clase de división simple entre verdadero y falso.
Pero acordemos en
esto, el Black metal es un género complicado, porque nos remite a muchísimos
campos en los que se da forma y a temas inscritos en ellos en los que la
subjetividad se asoma, aunque quizá un poco tímida… Entre ellos, por ejemplo,
el sectarismo, las tendencias, las comunidades. Y ciertamente sería absurdo que se
nos dijese que esto se trata de mirar con una óptica psicologista, desde lo psicosocial, pero muchachos, por favor,
Uds. han visto que de lo que menos se ha hablado aquí es de categorías sobre
esa subjetividad que se nos presenta, ni tampoco sobre un intento de
psicoanalizar las conductas, las actitudes, o qué sé yo, para sacar una suerte
de “diagnóstico social”; más bien se trata, y si me han leído detenidamente lo
sabrán, de situar el lugar de la condición de sujetos en cada paso en el que
vamos dando durante estos encuentros. Por ejemplo, una identificación no es una
simple imitación o un “mamadorismo”, si me disculpan el neologismo; se trata de
un mecanismo en el que se nos revela algo relacionado con la lógica del
inconsciente y del deseo que se articula por su vía… Si se concebían algunas
dudas sobre qué significa el Black metal barrado (B / M) es exactamente señalar
ahí donde aparentemente sólo hay fenómenos psicosociales, fenómenos culturales,
valga Dios la forma en que se les diga, algo más allá operando en ello y que
tiene que ver con el deseo y su causa, que nos causa a nosotros mismos como
sujetos...
No obstante,
si queremos encaminarnos a estas nociones tenemos que dejar atrás también el
discurso ciertamente metafísico, en el que el Black metal tendría una relación
una Verdad más profunda del ser, en la que habría una distinción esencial entre
el BM y otro tipo de tribus urbanas… En mi introducción “Black metal: un templo
de palabras muertas” al que puedo remitirles no sin exigir una relectura
constante, de un modo juguetón digo que “el BM es lo que es”, obviamente
parodiando la respuesta bíblica de Jehova; sin embargo, nosotros sólo le damos
vueltas al vacío… ¿Esencia del Black metal? ¿Encontrarla en una ideología, en
los instintos (que hablar de ellos es ideológicamente condescendiente) o,
quizá, en afectos? Pero, ¿qué es tener una esencia? En sentido aristotélico, en
una explicación apresurada, se trata de una sustancia segunda que está presente
como predicado de un determinado sujeto; por ejemplo, “el hombre es un animal
racional” implica al hombre como sujeto y sustancia primera que puede ser
variable, tener accidentes, pero que algo permanece inmutable en relación a su
especie (humano) y a su género (animal). Por eso esos predicados, como
sustancia segunda, son su esencia. La esencia deberá estar constituida,
entonces, de una sustancia primera y segunda. De aquí que a veces se diga “la
esencia del BM es el odio”, con todo el peso de la metafísica clásica que
cargamos. Pero entonces el Unblack o white metal, ¿está desprovisto de ese
odio? No es tan fácil, y si seguimos de cerca a Nietzsche veremos que el hecho
de que exista esa conexión entre el BM y el cristianismo no es casual. Para
Heidegger, la esencia del ser-ahí es, sin más, la existencia. No es la esencia
aristotélica, pues en ella se olvida al ser en nombre del ente. La esencia
estaría relacionada para él con la verdad en tanto que es un encubrir que
revela. El ser-ahí, en tanto que yecto y caído en el mundo de que se cura,
tiene como existenciario el encontrarse que se da en el afecto de la angustia.
Que Heidegger haya elegido a la angustia no es un simple pesimismo, responde
más bien a que aquello de lo que la angustia se angustia es del ser-en-el-mundo
mismo. Ya Kierkegaard había trabajado sobre la angustia, poniéndola como la antesala de la libertad. Se dice que inclusive fue el primero en teorizar a la angustia en cuanto su objeto es una "nada". Otro caso es el del miedo. Si la angustia carece de su objeto es porque
en ella el objeto se da tal cual. Se trata de la nada, si queremos metaforizar,
aunque hay que cuidarnos de espiritualizar. Sabemos que el proceso lingüístico
de la metáfora es la base de los dioses. El lenguaje precede, y de divino sólo
tiene que no sirve para nada. Tan es así que menos nos entendemos cuando somos
claros que cuando no. Y si la angustia es el afecto por excelencia, pues es el
único que escapa a la representación (en cambio el odio y el amor, por ejemplo,
expresan contenidos de representación), hay algo en ella que apunta hacia la
causa del deseo, cuyo modo de articularse es siempre difuso, girando en torno a
lo que nunca estuvo.
Que el
Black metal esté dividido es una de las tantas razones para hacerlo tan
“dividino”, estando sostenido en la inherente religiosidad del sujeto, en la
cual; por cierto, no siempre queda satisfecho el narcisismo adecuado al entendimiento; por esa misma razón el BM no excluye de sus parámetros
simbólicos a una tendencias política como el comunismo (RABM), aunque
ciertamente tampoco sea tan bienvenida. Y es que el comunismo no está exento de
religiosidad, como tampoco ningún otro tipo de ateísmo (lo que no desacredita
puesto que se trata de situaciones de deseo, en cada caso particular), aunque
lo que lo diferencia del nazismo es que falta exactamente lo explícito de la
religiosidad, por un lado,y la comprensión tan usual del nazismo como algo
malvado, por el otro. Pero no estamos desinformados sobre el hecho de que el
“verdadero” NSBM es exactamente aquel que sostiene al Holocausto como una
mentira -ficción judaica para autohumillarse y hacerse inmunes-, y al nacional
socialismo como un Bien sagrado, velado por la maldad de aquellos que gozan con
el dinero, por History Channel, etc. Si el NSBM puede dividirse entre los que
lo ven como una prueba de antihumanismo, destrucción y odio; y por otro lado,
los mencionados anteriormente, no habría problema en decir que en ambos
prevalece la tendencia a la discordia que el efecto significante de una
svástica o un Hitler, pueden lograr. Tan es así que hay bandas que utilizan
símbolos nazis sin tener una ideología acorde, aunque no se excluirían en su
fantasía de sus filas. Pero esa discordia se sustenta en la posibilidad
(imaginaria, simbólica o real) de restarse del otro, mediante la voz de un Otro
que le diga, al religioso sujeto, que forma parte de un grupo selecto (la raza
aria, la raza azteca, etc.), con lo cual el narcisismo se alista para su baile
de gala.
Hasta aquí
alguien podría decirme, “si vas a teorizar acerca del BM, quita primero
cualquier política de por medio", a lo que yo respondería remitiendo al
sentido arcaico de la mentada idiotez. Y es que no podemos dejar de lado todo
aquello que al Black Metal se le impone con tanta distancia que se convierte en
una cercanía excesiva. El cristiniasmo, cuyo odio hemos discernido en su negación
de los valores vitales y cuyo asesinato de Dios se asoma por la ventana del
nihilismo que supone más allá de cualquier resurrección, se le dibuja al Black
metal como aquel horror que se esconde tras el velo de la belleza, si es que el
desplazamiento del acento psíquico a la música en vez de a la letra no hace de
completo lo suyo. Y es que en la religión cristiana está representado el
enemigo del Black metal sin más, sin que por esa razón el misterio de la
trinidad se haga comprender en su naturaleza delirante, ni tampoco que el
platonismo haya abandonado las puertas del Templo de la Luz Negra, en cuya
popularización Nietzsche vio el camino hacia el cristianismo.
Y es que
aquella figura de la mala conciencia de la que Nietzsche nos habla en La
genealogoía de la moral no se limita a una dualidad del hombre resentido al
hombre que es puente para el advenimiento del Ultrahombre, sino que esa mala
conciencia está ahí en la vuelta contra sí mismo que es el piso de condiciones
de posibilidad del sujeto, así, todo lo que fue traicionado en nombre de la
cultura no es propiamente el deseo, y el intento de satanizar ese deseo que se
escapa, queriendo verlo en una representación de instintividad ha sido lo que
le ha dado a muchas iglesias (entre ellas la de Lavey) su toque risible. Acaso
el anticristianismo más adecuado para el sujeto sea aquel en el que se vea en
la crufixión una caída misma de los dioses a la mundanidad, de la cual, cierto
es, no salieron vivos. Es decir, hacer una cruci-ficción. Si como decía Nietzsche, el
único cristiano fue el que murió en la cruz, podemos decir que no existe Black
metal cristiano, pero sin duda existen los blackers cristianos, que no dejan de
ser blackers por cristianos, ni cristianos por satánicos.
La
religiosidad, ha sido hasta aquí, un punto en el que hemos visto constancia en
la constitución del Black metal, cuya relación con el yo no nos ha pasado
desapercibida. La religiosidad del Black metal busca una satisfacción
narcisista en función de la identificación con aquello divinizado. El Black
metal mismo funge como ese significante Amo en el que se identifican sus
sujetos. Los dioses, la naturaleza, Hitler, etc. son metáforas, efectos de
lenguaje, el lenguaje los y nos precede. Y si el black metal pinta esa
religiosidad con tintes oscuros, mociones destructivas, es porque la imagen del
yo está situada siempre en relación a su espejo, donde la dualidad se presenta
con descaro en su inexistencia y su paradójico fundamento. En la serie de
Fibonacci, cero más uno es igual a uno, y luego el uno más uno da a dos, pero
ese dos no existe como tal, surge de un uno que tiene que ser ahí replicado, o
si lo ponemos con manzanitas, ¿de dónde salió la otra manzanita que se sumó a
la que dio como resultado de la suma con un cero? Hay un hueco ahí, ese es el sujeto. No es que
haya una dualidad junguiana entre mi sombra y mi máscara, es simplemente que el
yo es una unidad ilusoria, es ese uno que salió de algún desconocido lugar (no el uno que marcaría la diferencia). Ese yo está doblemente alienado: al otro que es su imagen y al Otro que nombra
a ambos... el yo en tanto alienado es también su propio enemigo, pues no es él,
por lo tanto el odio es inherente a ese drama subjetivo. Y tiene que ver por
hacerse amable para ese Otro que nombra y que propone con su palabra los
ideales por alcanzar de ese yo. El Black metal puede definir a su enemigo, a su
otro especular, en tanto busque hacerse reconocer y por ende, hacerse amar, por
ese Otro que muchas veces tiene la poca creatividad de quedarse con el mismo
nombre: Black metal.
Pero no
hay que hablar de cosas tristes, más bien nuestro objetivo teórico es
preguntarnos acerca de la relación del BM con esa bilis negra, como la llamó
Hipócrates, que acaso perpetúe mucha de la “hipocrasía” en la que el BM se va
constituyendo como un género auténtico y diferenciable. Si el Black metal se
hizo pariente de la depresión y el suicidio no es porque se haya vuelto “gay”,
sino porque apuntaba ya en esa dirección, en la dirección de la melancolía en
la que el arte encuentra impulso a cantidad ilimitada de manifestaciones; no obstante,
el que se haya usado el término depresión nos obliga a echarle un vistazo como
a un mero cuadro nosológico, puesto que la depresión no es más que eso. La
tristeza, profunda o superficial, como se acomode mejor a su espacialidad
imaginaria, es siempre intransferible y particular, y no un gafete de entrada
al club de las navajas (que es como yo le llamo al DSBM en tanto tendencia
repetitiva). ¿Acaso en bandas como Gris, Noenum, Luror, incluso Silencer, que
tocan temas relacionados con la depresión y el suicidio, encontramos esa
mismidad que ha de concebirse como DSBM? Para nada: el DSBM se localiza por ser
una masa de lo mismo. La depresión cual uso psiquiátrico, sí apunta a una
conjunción de sujetos en una categoría diferenciable en un manual diagnóstico,
del mismo modo que si revisamos un gran número de bandas del mentado subgénero
posiblemente uno se podría horrorizar al ver semejante triunfo de la
psiquiatría y de su homogeneización, aun sin que alguno haya asistido al
médico. Quizá podamos reconocer en ese subgénero una desviación de un afecto
originario en el BM, que por mil y un motivos, ha acabado en aquella depresión
en total estado de interpretada; es decir, impropia. Dicho afecto es la
angustia. La angustia es primordial y se encuentra en el corazón mismo del BM,
precediendo –valga la blasfemia que estoy a punto de decir- al odio. Un orco
que lloraba, por ahí de 1991, ya daba cuenta sin saberlo de la importancia de
ese afecto cuya representación está aislada y sólo podemos seguir sus pistas a
través de las huellas del grito, cuyo efecto es un silencio, cual cuadro de
Munch, que aproxima al abismo, o de la oscuridad, en cuya presencia un infante
revive a sus fantasmas, y recuerda la ausencia del objeto que lo despista en su
propia imagen. El afecto original del BM
no es el odio, es la angustia.
Ahora
bien, volviendo, vamos a ver que Freud ya señaló la diferencia entre melancolía
y duelo. La diferencia estaría dada porque ante la pérdida del objeto, el duelo
le lloraría ante un examen de la realidad que ya lo ha visto en falta, mientras
que la melancolía se caracterizaría por identificarse con el objeto en el
propio yo y así satisfacer los autorreproches, castigos y demás que el yo
escindido haría sobre el objeto con el que está identificado en sí mismo; esto
es, con lo que fue perdido. Es decir, la melancolía es un odio que en lugar de
exteriorizarse se enfoca en el propio yo, siendo entonces un modo de
satisfacción narcisista. El melancólico es, aunque parezca contradictorio, un
sujeto con un yo demasiado fuerte, tan fuerte que es capaz de restarle
importancia a todo el mundo y concentrarse en su yo y, si se da el caso, en su
desaparición (vía el suicidio). Entre más enajenación, más fuerza tiene el yo y
menos se logra escuchar la voz del deseo.
Aunque como ya hemos venido diciendo,
no estamos interesados en una categoría de la melancolía, y mucho menos del
suicidio, cuyo estatuto es aún más variado. No se puede penar al suicidio como
cobardía, ni tampoco elogiarlo como valentía, sin primero habernos inmiscuido
en el caso dado. Dos suicidios paradigmáticos en el BM: el de Dead a los 21
años, el de Jon Nodtveidt a los 31, en el primer caso la nota que dejó al morir
aparentemente no dice mucho: “Disculpa por la sangre”; sin embargo, ¿a quién
iba dirigida?, en el segundo caso hubo planeación y una escritura que daría
cuenta de su intento de verse en el Otro después desaparecer y al ir
desapareciendo. Distintos son los casos en los que el sujeto no avisa, ni deja
huella, se mata en absoluto silencio, como en muchos casos de melancolía
extrema, en los que la reducción de sujeto a objeto queda consumada. Pero hay
que cuidarnos de querer llenar (imaginariamente) de sentido los actos. Los
actos crean retroactivamente su sentido. En Dead y Jon, lo que vemos es un
llamado al Otro (que no hay que confundir con el clásico “llamar la atención”,
que no dice nada, pues aquí hay un llamado que no tiene nada de superfluo, o en
todo caso llamar la atención realmente siempre sería en relación a un acto
radical). El sentido por el que lo hayan hecho; por ejemplo, Nodtveidt quizá por
acceder a una acósmica y acausal dimensión, construcción luciferiana, no es lo
importante, sino lo que se dice en el acto mismo que no pudo ser dicho de otro
modo. Eso es lo que tentativamente podría estar en juego en esos casos. El acto como tal, no sus motivos. Pretendemos
marcar que hay siempre una operación subjetiva en el suicidio que se escapa al
discurso consciente. Si el suicidio está en relación al Otro del lenguaje, es
porque como decía Cesare Pavese, el suicida es un homicida tímido, el suicida
hiere al Otro al inscribirse en su orden fuera de él (vean, si no, cómo se les
convierte en árboles en el infierno que nos describe Dante, para que ya no
puedan moverse a voluntad), al Otro sólo le queda decir: “¿cómo osas disponer
de tu cuerpo y su muerte, si la inscripción significante del cuerpo mismo
proviene de mí, es proporcionado por mí?”. Ahora pensemos en los casos en los
que el suicida es alguien que ya en vida ha sido reducido a la calidad de
objeto: los niños que se han matado por bullying o un vagabundo en un solitario
callejón enterrándose una navaja en el cuello: ¡de algún modo es la única
manera que pudieron tener para afirmar su ser! Como ven, el suicidio es algo
complejo, algo que tiene que ser visto desde la particularidad, incluso siendo
en masa.
El acto
suicida sólo puede ser leído hacia atrás. El suicidio de Dead le hizo una fama
impresionante, no sabemos si esa haya sido su intención; pero podemos decir que
su acto es lo que lo nombra Dead, y no al revés, su inscripción en la cadena
significante se da al momento en el que él se anula. El suicidio de Jon, a
pesar de su indudable toque religioso, pudiera ser entendido también como esa
inscripción, pues la muerte es lo real, que él con su acto simbólico logra
tocar; sin saber que a su vez, con su muerte, castra a sus dioses, ¿quién sabe
cuántas cabezas le queden a Azerate? La madre oscura y divina, Dark mother divine, como su canción, se
ha quedado, a fin de cuentas, sin su falo-adepto.
En efecto,
como decía Lacan, el cuerpo es un regalo del lenguaje. Las lesiones
autoinfligidas, tan comunes en el subgénero del que hablamos, son una muestra
de esa parcialidad que nos excede en nuestro cuerpo mismo. Intentar explicarlo
con la liberación de endorfinas (hormonas cerebrales relacionadas con el
placer) al sentir dolor, pudiera ser tranquilizante, pero en esas hormonas no
hay ningún sujeto. Dejemos de creer que la “mente” está en el cerebro. Nuevamente, como en el caso del suicidio, los motivos que uno pueda enunciar para dar cuenta de unas cuantas cortadas,
con cristal roto o con una lima, ya sea un ritual de sangre o un mero gusto
estético (como la escarificación), no nos interesan y no apuntamos a juzgarlos. Aunque
resultase un poco irónico que si la autopunición pueda tender hacia la
inscripción de una marca propia (como también se puede en los tatuajes), se
convierta en una moda lo bastante adecuada al “BM marketing”,de cualquier forma nuestro único objetivo aquí es señalar la dimensión
inconsciente que está allí presente y que es particular de cada quien. Se trata de que la autoflageración está dirigida hacia un Otro.
Que
hayamos encontrado en el DSBM la misma marca narcisista que hemos estado viendo
en otros subgéneros no ha de sorprendernos. Freud decía que el yo es el
almácigo de la angustia, en la que ya hemos visto su relación tan íntima con la
esencia del BM. El BM vive en su seno mismo un duelo irreparable. Duelo del que
el subgénero que perdió originalidad y se hizo moda es un claro síntoma, Uds.
saben. Ya en mi metáfora del Génesis he mostrado que el BM nace donde muere. El
BM está perdido por siempre, lo real al que se apunta es inalcanzable y sólo
podemos intentar de resarcirlo mediante la fantasía. No existe ese tan buscado
núcleo donde el BM sería real en la realidad. Cuando es real en la realidad se
vuelve cómico. Lo único que tenemos a la mano es la ficción, en donde la verdad
se asoma. El Black metal está fragmentado en su esencia, somos nosotros efectos
de esa ruptura y el duelo que eso conlleva nos va llevando a tantísimas formas
de elaborarlo, que las más de las veces se pierde entre los múltiples sentidos
que se piden a gritos; en el BM es literalmente a gritos. Pero en el grito hay
otra posibilidad, que encarna la materialidad de la voz. Ya hablaremos de ello.
-Chaoswolf
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